La historia de un déjà-vu continuo

Francia. 2022. O 2017. O incluso 2002. Uno ya no puede saber qué año es si se fía de las elecciones presidenciales francesas. Todas con los mismos argumentos. Todas con la misma histeria. Y todas con una misma víctima que cada vez se va desangrando un poco más esperando a que el torniquete que le prometen hacer funcione alguna vez.

Las presidenciales francesas de este año, además, repiten protagonistas en una segunda vuelta electoral: Emmanuel Macron, ex-funcionario público y ex-trabajador de Rotschild & Cie, por un lado; y Marine Le Pen, la hija que hace tiempo que superó la alargada sombra de su padre  dentro de lo más reaccionario de Europa. Ambos volvían a jugarse la presidencia de la V República, como en 2017, habiendo superado a los competidores que en algunas encuestas les crecían por la derecha, como en 2017, y con la ahora Agrupación Nacional (RN) comenzando la precampaña muy por encima de todos para luego desinflarse, según se acercaban las elecciones, y perder en la segunda vuelta con una clara diferencia de alrededor de 20 puntos, como el entonces Frente Nacional (FN) en 2017.

La explicación a esta dinámica se debe a muchos factores, pero quizás hay uno en concreto que llama poderosísimamente la atención, no por novedoso sino por demoledor. Una de las estadísticas que circulaban el domingo 24 —fecha de la segunda vueltapor las redes sociales era una encuesta sobre los motivos por los cuales los votantes de Francia Insumisa —los que no se iban a abstener— votarían por Macron: el 9% porque creían que podría ser un buen presidente; el 91% para evitar que Le Pen llegase al poder.

El Partido Comunista Francés, que por primera vez en 15 años se  presentaba con sus siglas —y por primera vez se presentaba sin el símbolo histórico de la hoz y el martillo, que abandonaron en 2013—, no solo ha anunciado que está “dispuesto a debatir” una coalición parlamentaria con su anterior socio (Francia Insumisa) y todos los partidos de la izquierda “ante el auge del fascismo”, sino que ya ha recibido la respuesta de Francia Insumisa, en unas declaraciones que se resumen en un “unidad de la izquierda sí, pero solo si el PCF cede en todo”. Del Partido Socialista, que hace 5 años ocupaba el Elíseo, aún no se sabe si sigue existiendo realmente.

La tónica general francesa en los últimos 20 años ha sido la de evitar un “gobierno del mal” a cambio de elegir otro “mal menor”. En 2002, sirvió para resucitar a un Jacques Chirac casi acabado —menos de 20% de votos en primera vuelta— ante la sorpresa de ver a Jean-Marie Le Pen en la segunda vuelta. En 2007 y 2012, para intentar evitar en primer lugar la reedición de los Le Pen en la segunda vuelta, y en segundo lugar un gobierno de Sarkozy, lo que consiguieron en 2012. En 2017 y en 2022, con la reacción arrasando en las encuestas, para evitar ver a Marine Le Pen como presidenta.

La constante elección del mal menor ha llevado a una constante aprobación de medidas completamente antiobreras y antipopulares, muchas de las cuales habría realizado con gusto la misma Le Pen, en nombre de una supuesta lucha antifascista que, sin embargo, no tiene su base real en las calles, ni en los centros de trabajo.

Una elección del mal menor que ha llevado a frentes de izquierda donde la militancia comunista ponía el músculo y la disciplina pero también era subyugada y humillada públicamente por sus socios. Mientras, la clase obrera en Francia, como en otros muchos lugares, sigue desarticulada y presa de este déjà-vu continuo donde la obligan a elegir bando en falsos dilemas donde ella no sale beneficiada.

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