Eurovisión: cuando se cae un poco de música en los intereses capitalistas

Honestamente, ahora que me veo en la tesitura de escribir estas líneas para ti, lector, debo reconocer que no he tenido nunca un gran interés por Eurovisión. Este año lo he visto casi por azares del destino, casi por accidente. Mi televisor de tubo, heredado y polvoriento, llevaba meses sin encenderse y, si me encontré en la tesitura de ver el concurso, es solo porque mi plan previsto se canceló a última hora. Así que el 14 de mayo me hallaba frente al televisor como una vaca viendo pasar el tren: totalmente falto de expectativas, de deseos, de pasión. Quizá por esta falta de devoción me siento con la capacidad de dedicar unas breves palabras al evento sin el desgarro anímico de quien realmente ha sentido en sus carnes la competición, de quien albergaba alguna esperanza en que ganara uno u otro artista.

Decía Ortega y Gasset, con sus planteamientos vergonzosamente elitistas, que las masas frente al arte vemos a través del cristal, mientras que el auténtico artista lo que observa es el cristal en sí mismo. La idea era deplorable ya hace un siglo, cuando escribió estas ideas, pero lo cierto es que las polémica que ha sacudido el concurso televisivo este año parte, precisamente, de esta vergonzosa premisa: que los capitalistas, como hacía Gasset, siguen defendiendo que el arte hay que observarlo mirando solo el cristal, es decir, fijándose solo en la obra (un libro, un cuadro, una canción), tomándola como algo totalmente ajeno a su contexto; mientras que las masas obreras nos empecinamos –-¡y con razón!— en ver el fondo que hay a través de ese cristal que es la obra artística, observando su anécdota y su contexto.

No voy a defender, naturalmente, esa cultura de la cancelación, con tintes casi infantiles, que aboga por borrar del mapa toda obra que no venga de artistas moralmente inmaculados, como si cualquier persona en una sociedad dividida en clases pudiese ser éticamente incuestionable. Nada más lejos de mi intención. Lo que pretendo es convencerte, lector, de que es necesario romper con ese idealismo artístico que destila quien en el arte ve “solo arte”, es decir, quien piensa que el arte es algo que se explica solo desde sí mismo y es creado casi como por una suerte de inspiración divina, totalmente desligado de su sociedad.

Vayamos al concurso: los ucranianos arrasaron gracias al televoto, es decir, al apoyo del público. Y esa victoria ucraniana demuestra que Ortega se equivocaba: uno no puede mirar el cristal e ignorar el fondo. Dicho de otra manera, no es que Eurovisión (el cristal) sea un concurso que se ha politizado, sino que Eurovisión es un concurso manifiestamente político (el fondo). De hecho, la Unión Europea de Radiodifusión (UER), el conglomerado de radios y televisiones de carácter público (o que cumplen algún papel “público” en su Estado), lo crea en los años cincuenta para cohesionar a los trabajadores de los diferentes países de Europa: entonces, como hoy, querían sembrar en nosotros la idea de que existe una especie de “europeísmo” en nuestra identidad. Y no nos engañemos, no es que la idea de “hermandad” entre pueblos sea negativa (¡viva una y mil veces el internacionalismo proletario!), sino que el europeísmo que promueven los diferentes Estados a través de sus televisiones públicas lo que defiende en realidad es que nos identifiquemos con los valores e intereses de las burguesías europeas. Es decir, intentan hacer pasar los intereses de los capitalistas europeos como si fueran los intereses de toda la sociedad. No cabe olvidar, lógicamente, que los Estados no son entes abstractos, sino que pertenecen a los capitalistas y, por lo tanto, las televisiones de los Estados defenderán los intereses de dichos burgueses.

En este contexto, la actuación del grupo ucraniano, en el que sus miembros realizaron saludos con simbología nazi, no debe extrañar a ninguno: aquí lo importante no era la canción (el cristal), sino el fondo (los intereses que tienen en la guerra imperialista los capitalistas del bloque conformado por UE-OTAN-EEUU y el gobierno ucraniano, que ya hemos analizado más a fondo en otros artículos). La tolerancia televisiva con el saludo nazi de los representantes ucranianos contrasta con la sanción a los cantantes islandeses que en la edición de 2019 mostraron una bufanda de apoyo a Palestina: tampoco allí importó lo más mínimo su canción, sino el hecho de que su mensaje se oponía a esos intereses capitalistas que defiende la Unión Europea de Radiodifusión, es decir, los organizadores del concurso.

Al margen de la propaganda prorrusa, por lo que respecta a nuestro entorno, es notorio que el discurso que habitualmente trasmite la prensa, tanto pública como privada, es que la guerra se da por el choque de intereses entre Rusia, por un lado, y Ucrania, por otro lado, la cual puede contar con la UE y la OTAN por una suerte de “vocación democrática” de los países occidentales. Pero tanto un bando como otro evita mencionar el elefante que hay en mitad del pasillo: que la guerra en Ucrania es guerra imperialista.

Parece, más bien, que la Eurovisión de este año ha servido a los capitalistas europeos para medir el estado de ánimo de las grandes masas de trabajadores de nuestros países en relación con el conflicto. Para lo que servía el televoto era para analizar si los trabajadores de Europa habían tragado con el discurso pro-Zelenski. Evidentemente, quién gane Eurovisión no es relevante: lo fundamental es que nos hayamos ante el riesgo real de que la clase obrera internacional confunda el legítimo apoyo al pueblo ucraniano (vilipendiado y masacrado tanto por las fuerzas rusas como por las euroatlánticas e, incluso, las propias fuerzas ucranianas) con apoyar al gobierno de Zelenksi. Los intereses obreros jamás los defenderá Putin, es verdad; pero tampoco lo hará quien hace el saludo nazi, compadrea con las fuerzas nazifascistas europeas o, como el gobierno de coalición del PSOE y Unidas Podemos, se dedica a enviarles armas.

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