Quiénes se han quedado atrás: análisis de desigualdad tras la pandemia.

El año 2020 fue noticia por una pandemia que nos metió en casa, confinados, parando muchos sectores y mostrando negro sobre blanco quién trabaja y genera la plusvalía con la que las grandes fortunas viven en lujosas mansiones. Como todo lo que sucede en una sociedad gobernada por unos pocos, los acuerdos se enfocaron en garantizar que esos pocos siguiesen haciendo lo mismo que venían haciendo: vivir a costa de la plusvalía.

Para otros, no ha sido la pandemia quien ha golpeado tan fuerte que les ha expulsado del mercado laboral, ha sido la crisis capitalista que estaba latente y la voracidad de unos empresarios que han pasado por encima de todo para seguir manteniendo su situación privilegiada. Niños, jóvenes, mujeres trabajadoras, migrantes y mayores, junto con los trabajadores, hemos sido quienes hemos sufrido el golpe más fuerte. Un knock out en toda la regla.

Los niños han visto cómo el sistema público educativo español ha dado paso a un progresivo trasvase de dinero público a las educación privada con conciertos. Es una tendencia, donde territorios como Euskadi, Navarra, Madrid o Catalunya marcan un claro camino. Estos, nuestros niños y niñas, son los primeros en quedarse atrás. No solo la pandemia, el propio sistema impide que muchos hijos de la clase obrera puedan acceder a estudios superiores o universitarios.

Los jóvenes han visto cómo las sucesivas reformas les han colocado en uno de los ejes donde se está comenzando a vertebrar la respuesta popular. Las tasas, el estatuto del becario, las mal llamadas prácticas, sitúan a la juventud trabajadora como mercancía laboral de bajo coste. En los sectores donde la parada económica fue mayor, los trabajadores con contratos indefinidos pasaron en gran medida a estar cubiertos por un ERTE. Los trabajadores con contratos temporales, en cambio, no los vieron renovados y muchos han pasado a una situación de desempleo. Así, la dualidad del mercado de trabajo español ha hecho que, una vez más, los trabajadores más jóvenes y desprotegidos hayan sido los más afectados. Esta pandemia no ha hecho sino agudizar esta realidad, empeorando sus condiciones materiales aún más.

Para las mujeres trabajadoras, que trabajan en sectores más precarizados, la pandemia está alterando su equilibrio entre el trabajo y su propia vida. Trabajan más horas o están haciendo malabares con las tareas adicionales de cuidado (horarios de escuelas, cuidado de familiares) mientras también trabajan a tiempo completo. De los 5 sectores más afectados por la pandemia —el comercio, los servicios personales, la educación y la hostelería y gastronomía—, que antes de la pandemia empleaban a mujeres en una proporción de 60%, explican el 56% de puestos de trabajo perdidos en medio de la crisis.

Los migrantes, con trabajos como temporeros agrícolas, en sectores de la asistencia a mayores o en trabajos de logística, sufren unas malas condiciones de habitabilidad en sus alojamientos, unos salarios de miseria y un racismo que se fomenta desde los propios medios de comunicación. Este colectivo se ha quedado claramente atrás después de la pandemia, sufriendo un golpe demoledor en sus condiciones materiales de vida.

Nuestros mayores, que fueron el colectivo más afectado por la pandemia, además son los que más han padecido el impacto del confinamiento. De ellos, los mayores con mayor impacto por la pandemia se encuentran los más desfavorecidos a nivel socio-económico (menos recursos, dificultad de mantener contactos sociales virtualmente, menos acceso a cuidadores, peores condiciones de la vivienda etc.), así como las personas con demencia o trastornos anímicos previos (depresión y ansiedad).

Los trabajadores en general hemos sido gravemente golpeados desde la pandemia. En las ciudades, los trabajadores de condiciones más desfavorecidas se desplazan al trabajo mayoritariamente en transporte público. Las condiciones de las viviendas de esos trabajadores también aumentaron la probabilidad de contagio dentro del hogar, además de que la alta densidad de las grandes ciudades viene asociada a peores ratios sanitarios y de salud pública. Dado que esos trabajadores se concentran en los sectores más directamente afectados por la pandemia y con menor posibilidad de teletrabajo, la crisis ha tendido a aumentar aún más las desigualdades que ya existían. Un 20% ha perdido su trabajo después de la pandemia, lo que ha agravado y mucho la situación de amplias capas de la clase obrera española.

El sistema sanitario español fue constituido formalmente como un servicio público de salud de protección universal por la Ley General de Sanidad dictada en 1986, mucho más tarde que en el resto de países capitalistas europeos. La primera época corresponde a la creación de los denominados Servicios Nacionales de Salud en distintos países. La segunda, a los procesos de cambio a sistemas duales concertados. El Covid-19 llegó en medio de la segunda época y no alteró el curso de las reformas sanitarias.

La situación de la atención primaria, junto con la falta de recursos en las especialidades ha impactado de manera directa en la vida de la clase obrera española. Está por ver de qué manera va a afectar eso en nuestra esperanza de vida, pero los primeros datos que han sido hechos públicos nos dejan una fotografía muy clara. Los trabajadores, en sus diferentes sectores, ya sean mujeres, migrantes, jóvenes, hombres o sus hijos e hijas, tienen como consecuencia hoy, vivir menos, en peores condiciones y trabajando muchas más horas por menos salario.

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