La crisis sanitaria para la mujer trabajadora

Hace más de una semana entró en vigor el estado de alarma y, desde entonces, lo que más se escucha y se lee en todos los sitios es el ya famoso “Quédate en tu casa”. Un lema que muchas personas pueden seguir al pie de la letra y confinarse sin salir más allá de lo necesario: comprar alimentos, ir a la farmacia…

Pero ¿y qué ocurre con los miles de personas que deben salir todos los días de sus casas para que el resto de la población tenga acceso a productos de primera necesidad, o aquellas personas que se encargan del cuidado de los más vulnerables?

La grave crisis sanitaria generada por la irrupción del COVID-19 ha irrumpido con mayor virulencia entre la clase obrera. Y una vez más, son las trabajadoras las que sufren con especial dureza este peligro.

Cajeras, enfermeras, limpiadoras, auxiliares… Un sinfín de trabajadoras que no pueden quedarse en casa porque están obligadas a ir a sus puestos de trabajo para que el sistema no colapse de una u otra manera.

Limpiadoras que, a pesar de los pocos equipos de protección, deben desinfectar hospitales, farmacias, supermercados y un largo etcétera para que el resto podamos seguir yendo a los mismos.

Auxiliares de enfermería o de geriatría que trabajan en las residencias de mayores, los más vulnerables, sin ningún tipo de protección y muchas veces sin protocolos de actuación, siendo un riesgo para su salud y para aquellos a los que cuidan. A esto hay que añadir que, además, el cuidado de las personas dependientes en el propio entorno familiar sigue recayendo casi exclusivamente en las mujeres.

Cajeras, charcuteras, carniceras o pescaderas que, a pesar de que podrían estar en sus casas si el estado garantizara lo básico a la población, deben trabajar sin descanso, sin medidas de seguridad y con horarios que poca ayuda les prestan para poder estar resguardadas en sus casas.

Trabajadoras que, aun estando en primera línea batallando contra esta crisis sanitaria, siguen sin estar protegidas y enferman, corriendo el peligro, además, de contagiar a sus familiares una vez que llegan a casa.

La destrucción de empleo en esta crisis sanitaria se ceba especialmente con las trabajadoras, por ser las que tienen condiciones más precarias. Como las miles de mujeres a las que sus empresas han aplicado un ERTE y deben irse para casa sin cobrar el 100% de salarios ya de por sí insuficientes.

Y no podemos olvidarnos de los cientos de mujeres que por esta crisis deben quedarse en sus casas confinadas con sus maltratadores. Mujeres, que a la ya de por sí complicada situación, hay que añadir que deben convivir las 24 horas del día con aquellos que las maltratan día tras día, situación que la mayoría de las ocasiones también sufren sus hijos e hijas.

Miles de familias monoparentales encabezadas por mujeres que esta crisis ha echado más si cabe sobre su espalda todo el peso de la supervivencia de su familia, de sus hijos e hijas, de sus mayores.

Con unas medidas que favorecen a los de siempre, los capitalistas, el debate está en si estas decisiones benefician a la clase obrera en general, y a las mujeres trabajadoras en particular.

Garantizar el derecho a la salud es una máxima que el gobierno no está llevando a cabo. No hay suficientes equipos de protección individual para todas aquellas que deben seguir trabajando, no existe una buena organización de transporte público que permita cogerlo con tranquilidad sin correr ningún tipo de riesgo, no hay una organización de todo el suministro alimentario para que miles de trabajadoras puedan quedarse en sus casas sin correr peligro.

Esta crisis sanitaria no ha hecho más que aumentar la carga de trabajo para las mujeres, deteriorar sus condiciones laborales y llevar a algo desproporcionado el trabajo de cuidado en el ámbito de las familias.

El gobierno nos dice que este virus lo paramos unidos. Y sí, tienen razón, lo pararemos unidos, pero solo unidos como clase obrera, solo con la organización y la lucha de las trabajadoras y los trabajadores.

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