Moción de censura: la política del reality show

La ultraderecha, en su avance mediático, pisa el acelerador para intentar llegar a los sectores más cerriles del PP. Ese fue, y no otro, el motivo de la moción de censura de Vox y no una verdadera intención de poner en jaque al Gobierno del PSOE-UP. Es más, podemos decir que al Gobierno le vino bien.

Pedro Sánchez, y sobre todo Pablo Iglesias, llevan ya un cierto tiempo malgastando el crédito popular de las últimas elecciones, fundado en la esperanza de un giro a la izquierda que desarrolle políticas acordes a los intereses de los trabajadores y las capas populares. Pero esas políticas no llegan. ¿Dónde se quedó la derogación de las reformas laborales, por ejemplo?. Las promesas electorales y de formación de la coalición de gobierno se van desdibujando con rapidez, y las políticas desarrolladas para poner freno a la crisis bajo el paraguas comunicativo del “que nadie se quede atrás” en realidad llevan el marchamo de unas recetas económicas cuyo único objetivo es salvar los dividendos del capital. Sin duda hablan bien, suena bien su discurso, pero el BOE refleja la contradicción de un gobierno que, diciendo representar al pueblo, legisla para la burguesía.

Pero ningún partido en el parlamento sacó estos temas, tampoco Vox. Por eso los tiros salieron desde artillerías enmohecidas cargadas con discursos facilones dirigidos hacia los mal informados y hacia los temerosos. O dicho en otros términos, hacia la ignorancia y la cobardía.

Hacia quienes ignoran cómo funciona la política y cómo esta afecta directamente a sus vidas iban los exabruptos lanzados desde la piel de chorizo en forma de traje que tan apretado lleva el cuellicorto.

Hacia quienes no se atreven a transitar el camino de la lucha revolucionaria iba el discurso del mal menor lanzado desde la retórica florida del despeinado y el repeinado. Y que parece han asegurado apoyos al gobierno para terminar la legislatura y aprobar los presupuestos.

Desde discursos vacíos hacia la galería, las diferentes opciones políticas, que disputan gestionar el sistema capitalista español, se pelean como en los realitys en un circo que no representa la soberanía popular. Discursos guerracivilistas en un auditorio sin representación política de la España del trabajo sólo pueden traer más sufrimientos para los trabajadores y trabajadoras.

Por ello, no es de extrañar que, al día siguiente tras el circo del parlatorio, la España que de verdad madruga (y no a las 8:30) se volviera a despertar para ir a trabajar hacinada en un transporte público sanitariamente tan inseguro como las condiciones en su trabajo. Otros, por el reflejo de años doblando el lomo también se despertaron de madrugada, pero en esta ocasión sólo para enfrentar la realidad de estar en ERTE y empezar un nuevo día más con la congoja de saber que no se llega a fin de mes y que “el no dejaremos a nadie atrás” es sólo una bonita frase en un discurso que en la práctica significa que muy probablemente su ERTE se convierta en un ERE, esperándole el desempleo.

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